domingo, 9 de marzo de 2014

La navaja de Ockham

Durante la Edad Media, la influencia religiosa estaba presente en todos los ámbitos culturales; el dominio de la Iglesia era casi total y en toda manifestación, tanto literaria como artística, debía estar presente este dogma. Es por ello, que hoy en día podemos encontrar reliquias, mayoritariamente con motivos religiosos, de esa época.
Como consecuencia, la razón y la fe, son dos conceptos que van siempre ligados y los cuales, se complementan. Sin embargo, a medida que avanza la Edad Media, ámbos conceptos van evolucionando, y la idea de razón se va independizando.



Algunos como Tertuliano, San Agustín o Santo Tomás fueron grandes representativos de este periodo. Sin embargo, Guillermo de Occam, es el último autor medieval y, su denominada "Navaja de Ockam", supone la independencia definitiva de razón y fe, proponiéndolos como  terrenos distintos.
"La Navaja de Ockam" es un principio metodológico y filosófico, el cual defendía que cuando dos teorías tenían las mismas consecuencias, la teoría más simple es la que tiene más posibilidades de ser la correcta. La técnica consiste en dar una solución a un problema eliminando todos los elementos innecesarios.
Este principio ha sido aplicado a distintas disciplinas, como, por ejemplo, la economía, la biología o la música.

Sin embargo, esta teoría no es del todo irrefutable, ya que,  la opción cuyas entidades son las más simples, no siempre quiere decir que algunos de sus elementos sean del todo innecesarios o que esta alternativa sea la correcta, ya que no exísten evidencias. Como consecuencia, la navaja de Ockham tiene bastantes puntos débiles científicamente y, de hecho, desde mi punto de vista, es mejor aplicarlo únicamente cuando tengamos certezas; sin desacreditar otras posibles teorías complicadas; pero válidas, en cambio.

viernes, 28 de febrero de 2014

EL TEST DE TURING Y LA VIDA PROPIA DE LAS MÁQUINAS.

Móviles, Tablets, iPads, portatiles... Vivimos rodeados de artilugios tecnológicos, a cada cual con más funciones que podemos utilizar y disfrutar de ellas; algunas que son indispensables, otras que no lo son tanto. El avance ha sido tal, que en algunos lugares ya podemos disponer de algún Robot que nos haga las tareas que desde tantos siglos atrás han sido responsabilidad nuestra y, con los que, podemos incluso entablar una conversación.
La tecnología en épocas recientes, ha ido creciendo hasta crear  un universo paralelo al nuestro y que, en pocos años, terminará por mezclarse con el mundo real; podremos ver con total naturalidad a máquinas hablantes paseandose por supermercados, parques o incluso escuelas.
Pero la cuestión no es poder o saber entablar una conversación con un Robot; sino; ¿Puede esa máquina ser consciente de lo que está diciendo o comprendiendo la información que pretendo transmitirle?


A mediados del siglo pasado, ya se empezó a plantear esta cuestión; especialmente por parte del matemático inglés Alan Turing, el cual diseñó un test, pensado para determinar si era posible que una máquina pensara. Bautizado como "El Test de Turing", surge en los años 50 con el propósito de resolver tal cuestión, basandose en "un juego de imitación": un interrogador se comunica con un humano y con una máquina, ámbos físicamente separados del primero, el cual, tiene que adivinar a base de realizar preguntas, quién es el humano y quien no. Si tras un periodo de tiempo, no se resolvía, significaba que la máquina había superado el test. Hasta el momento, ninguna máquina ha logrado superar el Test de Turing.

Sin embargo, en 1980, John Searle planteó un experimento mental, denominado "La habitación China", que supuso el mayor desafío a este Test: la esencia es la misma, pero se realiza con personas encerradas en una habitación, las cuales no conocen el idioma en el que se realiza la conversación, valiendose únicamente de un diccionario que permite dar una respuesta a través de símbolos, sin entenderlos. Como conclusión, se argumentó que por muy bien que las personas manejaran los símbolos, no significaba que supiesen el idioma, sino que sabían aplicar un conjunto de reglas.

A raíz de esta cuestión, se desarrolló un teoría llamada "Behaviorismo", que planteaba que los fenómenos mentales, se pueden traducir en tipos de comportamientos o en disposiciones a determinados comportamientos. Sin embargo, más tarde sería desplazada por la teoría del "Funcionalismo", que afirma que los estados mentales son estados funcionales, es decir, se identifican con la función que tiene relación con varios registros (inputs; sus típicas causas) y outputs (efectos del comportamiento).


El hecho de que una máquina tenga una especie de vida propia, es un tema que no preocupa en exceso a la población de hoy en día; actualmente, se convive con artilugios tecnológicos de todo tipo, una especie de compañero para nosotros. Pero el hecho de que tengan la capacidad de hablar y manifestarse verbalmente, no quiere decir que la información que expulsen sea coherente, meditada o reflexionada. Algo así, se reflejó en su día en la famosa película "Blade Runner", en la que los androides se creían incluso que poseían sentimientos. El Test en sí, es interesante, ya que a pesar del gran avance informático y tecnológico que exíste en nuestros tiempos, aún ninguna máquina ha conseguido superarlo. Lo que nos indica que ese doble mundo que cada vez se adhiere más al nuestro, nunca podrá estar del todo ligado. En mi opinión, una máquina nunca podrá llevar a poseer el razonamiento y la coherencia de un ser humano y, deberíamos distinguirlo y aceptar que, somos mundos totalmente separados respecto a esa cuestión. Lo que si que no podemos negar, es que cada día se hace más indispensable la relación humano-máquina; pero respetando unos límites.

viernes, 13 de diciembre de 2013

La felicidad filosófica.

Cuando hablamos de la felicidad, se abre una variedad enorme de objetos, personas, lugares o actividades con los que la asociamos, y que es distinto para cada uno de nosotros. La felicidad puede encontrarse en cualquier aspecto que nos produzca satisfacción con uno mismo o con el ambiente que le rodea, mediante el alcance de algo que deseamos fervorosamente.

Éste estado emocional existe desde el principio de la historia del ser humano, pero no sería hasta cierto tiempo después cuando se empezaría a reflexionar sobre ella y ha crearse diversas teorías, de la mano de distintos filósofos, entre ellos Platón, con el que comparto su pensamiento respecto a éste tema.
Platón establecía que la felicidad suprema era igual al Bien Supremo, el cual se alcanzaba a través de la virtud, que la define como el conocimiento.

Puede que ésta filosofía haya avanzado a lo largo de la historia pero tiene una base realmente importante, no para su definición pero si para su compresión. Si aplicamos ésta teoría a la vida cotidiana y comparamos una persona cuya familia no tiene unos recursos básicos, especialmente culturales, y que se ha estado educando toda su vida en la ignorancia, y que además, no tiene ningún interés en conocer ni aprender, ésa persona no podrá ser feliz, por lo menos de la manera en que lo estamos definiendo. Sin embargo, una persona cuya familia siempre se ha preocupado de su formación y que tiene curiosidad por conocer, a lo largo de su vida ira desarrollando su conocimiento moral, y por ello, de una manera u otra conseguirá una satisfacción parecida a la definición de felicidad.
Porque para Platón, cuando propone alcanzar el conocimiento, no se refiere al de tipo cultural, de una persona cultivada que conoce muchos lugares y curiosidades, si no a un conocimiento mucho más complejo, como es la moral. Como ejemplo de ésta aclaración, podemos referirnos a ésa clase de gente que, aunque teniendo mucho dinero y gracias a él, poseen una inmensa variedad de bienes, pero a su vez no poseen un conocimiento moral para dominar lo que ésta bien o esta mal, por lo tanto, esa gente no son sabios ni tendrán la virtud, y como consecuencia, no podrán alcanzar la prosperidad.
Como conclusión, podemos aclarar que, la verdadera felicidad, la sensación de paz y serenidad, se puede alcanzar a través de la sabiduría y el conocimiento de lo moral, ya que según Platón, en éso consiste la virtud.